LA MIRADA: FUNDAMENTAL EN DESARROLLO AFECTIVO Y SOCIAL
¿Recuerdas cómo te miraban tus padres cuando eras niño/niña? ¿Qué recuerdas de la mirada de tus profesores y otros adultos a tu alrededor?
El concepto que un niño tiene de sí mismo, es en gran parte, el resultado de la forma como sus padres y adultos cercanos lo han mirado.
Las miradas que recibimos, especialmente de nuestros padres, nos construyen desde muy pequeños. Un niño que no ha sido mirado, o no ha sido mirado de forma incondicional, podrá presentar problemas en su autoestima.
Los bebés adoptan un papel muy activo en la interacción social. Desde muy pequeños, buscan ser mirados, estimulados, divertirse y conectarse emocionalmente con sus padres, por esto no debemos dejar de mirarles, hablarles, mimarles y animarles en sus expresiones. Esta interacción emocional, es una capacidad que debemos estimular siempre desde el día cero, para su correcto y feliz desarrollo y su capacidad comunicativa y afectiva.
El experimento de "El juego del rostro inexpresivo" del doctor Edward Tronick (psicólogo e investigador estadounidense), que pretendía estudiar los efectos de la depresión de los padres sobre los bebés, nos muestra la importancia del establecimiento de un sistema bi-direccional de comunicación afectiva entre los bebés y sus cuidadores principales, a partir de la expresión del rostro y la mirada. En tal experimento, se pedía a las madres que miraran a sus bebés, mostrando una expresión neutra, y que reprimieran el impulso de mover sus rostros y responderles de forma juguetona como normalmente suelen hacerlo.
Con tal experimento, se puede ver claramente una alta sensibilidad de los bebés a las emociones, y a las interacciones sociales que llegan del mundo que les rodea. El bebé hace lo posible por obtener una respuesta de su madre, y también muestra su malestar cuando la madre no interactúa con él. Trunick lo resume con una gran conclusión: es normal que en ocasiones una madre o un padre no logre conectar o responder a las emociones del bebé, pero la diferencia está en que después de este suceso, el bebé pueda volver a jugar, en que el adulto vuelva a responder, y este bebé logre un equilibrio, porque entiende que mamá o papá han vuelto; pero cuando no se le da al bebé ninguna opción de volver a lo bueno, al juego, a los mimos, quedará atrapado en lo malo.
Para ver el experimento ingresa en https://www.youtube.com/watch?v=NVLm9LRDipk
Los niños y niñas necesitan ser mirados con amor, ternura y compasión. Necesitan padres que los miren de manera incondicional y que sintonicen con sus verdaderas necesidades.
Además, cuando somos madres, padres, es evidente que nos conectamos con nuestra propia infancia, y en ocasiones se abren heridas del pasado. Necesitamos entender cómo fuimos mirados, entender a la niña o niño que fuimos, limpiar cualquier herida que exista de la infancia, porque de lo contrario será más complicada la tarea de conectar con nuestros hijos. Muchas veces, lo que le ocurre a un padre o a una madre, es que no logran conectar con sus hijos porque su mente y cerebro están ocupados intentando entender qué fue lo que pasó en su infancia, o esperando algo que nunca llegó, así hayan pasado muchos años. Entonces, los niños de esos padres, son mirados a través de una especie de velo, el velo de las heridas de la infancia de esos padres, que impide conectar emocionalmente con ese niño o niña.
Para Winnicott, (pediatra y psicoanalista inglés que dedicó su vida profesional a comprender la vida emocional de los niños y la importancia de la vinculación madre-hijo), los ojos de la madre son el espejo en el que los hijos se miran, y explica de forma maravillosa la importancia de la mirada en el vínculo de apego:
¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de la madre? por lo general se ve a sí mismo. En otras palabras, la madre lo mira y lo que ella comunica con su mirada se relaciona con lo que ve en él… en el caso del bebé cuya madre refleja su propio estado de ánimo o, peor aún, la rigidez de sus propias defensas, ¿qué podría ver el bebé? O, ¿qué ven los bebés de las madres que por alguna razón no pueden responder a esa mirada? Muchos bebés tienen la larga experiencia de no recibir de vuelta lo que dan. Miran y no se ven a sí mismos. Surgen consecuencias.. Primero empieza a atrofiarse su capacidad creadora, exploradora, y de una u otra manera buscan en derredor otras formas de conseguir que el ambiente les devuelva algo de sí. En segundo lugar, este se acomoda a la idea de que cuando mira, no se ve así mismo, sino que ve el rostro de su madre; éste entonces, no es un espejo, el lugar de lo que habría podido ser el comienzo de un intercambio significativo con el mundo. Algunos bebés no abandonan del todo las esperanzas, estudiando el rostro de su madre, haciendo todo lo posible para encontrar algún significado o intentando predecir su estado de ánimo, tal como todos nosotros estudiamos el tiempo. El bebé aprende muy pronto a hacer un pronóstico: “Ahora puedo olvidar el talante de mamá y ser espontáneo, pero en cualquier momento su expresión quedará inmóvil o su estado de ánimo predominará, y tendré que retirar mis necesidades personales, pues de lo contrario mi persona central podría sufrir un insulto.” Inmediatamente detrás de esto, en dirección de la patología, se encuentra la predecibilidad, que es precaria y obliga al bebé a esforzarse hasta el límite de su capacidad de previsión de acontecimientos. Ello provoca una amenaza de caos, y el niño organiza su retirada, o no mira, salvo para percibir, a manera de defensa. El que es así tratado crecerá con desconcierto en lo que respecta a los espejos y a lo que estos pueden ofrecer. Si el rostro de la madre no responde, un espejo será entonces algo que se mira, no algo dentro de lo cual se mira. (Winnicott 1971).
Entonces, cuando un niño o niña se mira al espejo, ve a su cuidador o figura de apego y conecta con eso que ha recibido de ellos. Más adelante, en la adolescencia, mirarse al espejo es ver lo que creemos que los demás ven en nosotros.
Esto último me hace pensar en tantas chicas adolescentes que expresan no querer mirarse al espejo porque no les gusta lo que ven, no se gustan a sí mismas; es evidente que algo ha pasado en ese proceso de mirar a los ojos y recibir una respuesta de sus cuidadores de la infancia (mamá, o papá), que en principio debía ser un proceso bilateral satisfactorio y hermoso, que facilitara el aprendizaje y la construcción de sí mismas.
Mirarse al espejo y rechazarse es mirar al vacío, es sentirse no digna de ser mirada, es experimentar de alguna forma miedo al abandono, a no pertenecer o a no ser aceptada, a no ser mirada.
Nuestros niños y jóvenes necesitan ser mirados, y sobretodo, necesitan saber que los miramos, los aceptamos y los queremos sin condiciones. Una mirada incondicional es la clave del apego seguro.